FLANAGAN Y EL LEGADO DE LA CORPORACION ANTERIOR

La melodía del móvil distrajo mis pensamientos y el difícil trabajo de crear rutas de vuelo para la terna de moscas que sobrevolaban la habitación y que habían hecho que las frescas horas vespertinas pasarán fugaces para dar paso al calor y sopor de las mañanas veraniegas. Solo tuve que decir “Flanagan al aparato” para comprender que sería mejor no volver a decir palabra hasta que un buen enjuague refrescara mi aliento, tampoco iba a ser necesario que dijera mucho más, pues mi interlocutor quería ofrecerme trabajo y yo la verdad es que en estas fechas saco mi vocación pedagoga y no trabajo. Había rechazado ya semanas atrás varios casos que nos hubieran reportado grandes emolumentos y lo más importante, de seguro haberlos resuelto, la antipatía del actual gobierno local. Pero la forma de pago fue lo que hizo que me incorporara y se declinara la balanza del lado de su oferta, no por apetitosa sino por curiosa y arriesgada, y es que no todos los días te invitan a comer a la carta en “La Basilia”, y tan bien es cierto que ya no podía más con la “nouvelle cousine” de mi hermano Tempelton, que bien podía aparecer fuera del mapa en la guía Michelin. Pero no sólo por la llamada del estomago acepte el caso, se me ofrecía también el 5% del botín si lo encontraba, y eso señores, siendo mi misión encontrar el legado del anterior corporación a Vélez-Rubio, si que era algo apetitoso.
Tempelton seguía de vacaciones y le ofrecí colaborar a Vestre, al que se le reían todos los huesos cuando una frase incluía las palabras socialista, venganza y comida gratis. Ese si es un caso, decía mientras se limpiaban los jugos gástricos que ya le bullían por la boca, y se frotaba las manos (después), y no los que tenías antes. Se refería al misterioso caso del camino particular arreglado con maquinaria pública para uso particular, o aquel otro del curioso trabajo dado a dedo al cuñao del cuñao (¿concuñao?) que ahora se llama “puesto de confianza”. Y es que desde que Vestre ansía sacarle una cría al perro del Alcalde (un podenco canela, no piensen mal) ha perdido el olfato y la objetividad.
Salimos a la calle y un hedor nos acariciaba violentamente la cara. Al principio pensé que era yo, pero recordé que era el mes de agosto y ese es el mes de la colada. Miré a Vestre de abajo a poco más arriba y no concebía como un solo bañador podía apestar así, más siendo este estampado de flores. Lo curioso es que según andábamos hacía el Ayuntamiento, para empezar la investigación, el tufo iba y venía cada cierto tiempo barra distancia, por lo que descarte su bañador y lo achaque al problema que la comida de mi hermano había producido a mis gases intestinales y su control, sin embargo no me resultaba agradable aquel olor, y mucho menos familiar. Mi mente ágil y fresca consiguió calcular un algoritmo que aclarará el origen de tan tremenda pestilencia y su intermitencia a lo largo de nuestro paseo por el pueblo hasta llegar a la Casa Consistorial, y se encendieron en mi mente todas sus luces cual puerta grande de ferial, y es que sin quererlo, para variar, había resuelto el caso. Ofrecí entonces un trato a Vestre: yo me quedaba con la cena y él el 5% del botín, así como con los honores de resolver el caso, cosa que quizá le facilitará sacarle una cría al perro del Alcalde (un podenco canela, insisto), a lo que accedió encantado. Entonces le revelé cuál era el legado de la antigua corporación local a sus conciudadanos y la relación que este guardaba con hediondez de determinadas calles y/o puntos de estas. Al ver como se contaba los dedos tocándose en la boca mientras resolvía el algoritmo que le pase en el pañuelo, para que lo entregara a nuestro contacto, le dije mientras me alejaba, sólo dos palabras: Con tenedor. Lejanamente pude oírlo requerirme “¿Cuánto es el 5% de eso?”, a lo que no tuve la mala fe de contestar aunque si musitar: una mierda como un 5%, pues esa era la herencia que nos habían dejado.