

Luis López
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mostrar detalles 23:32 (hace 20 horas)
Apreciado Silvestre, con frecuencia entro en tu blog y, de vez en cuando, me encuentro con referencias a mi persona; una veces más favorables y otras no tanto, como debe ser. En alguna ocasión me ha tentado hacer lo que hoy, pero no me he atrevido.
Te envío unos textos: son partes del mismo escrito, pero que van en tres archivos distintos, porque los he redactado en tres momentos y he tenido algún problema para cerrar uno y volverlo abrir. Si se decide publicarlos, hay que juntarlos los tres.
Tengo mis dudas sobre la conveniencia de publicarlos; no sé si va a ser peor para mí hacerlo. La verdad es que me fastidia que siempre me refrieguen la misma historia, sobre la que yo no tengo remordimientos de conciencia; a lo mejor estoy equivocado.
En todo caso, dejo a tu criterio la oportunidad, la conveniencia y la decisión de publicarlo. No tienes a este respecto compromiso alguno conmigo; de verdad, cualquier decisión que tomes me parecerá buena. Insisto, si ves cualquier inconveniente, no saques esto.
También tienes mi consentimiento, en caso de publicarlo, para acortarlo ya que reconozco que ha salido un poco largo.
Un abrazo.
Luis López Jiménez.
"... Y, como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación; y esa explicación que os debo os la voy a dar; porque, como alcalde vuestro que soy os la voy a dar; que para eso soy el alcalde y os debo una explicación: la que os debo como alcalde ..."
(Pepe Isbert, en su discurso como alcalde, en la película de Berlanga, "Bienvenido Mister Marshall")
"HISTORIA DE UNA ESCALERA".-
Con frecuencia entro en este blog. Todo lo relacionado con Vélez Rubio me interesa; nada que se refiera a mi pueblo me es extraño. Cuando, ahora que vivo fuera, me encuentro con algo o alguien de Vélez Rubio o que tenga que ver con él, aunque sea con personas con las que no haya tenido mucho contacto, he de decir, aunque pueda parecer una cursilería, que se me ensancha el alma; siento esa emoción indefinible de quienes, lejos de su tierra, la añoran y recuerdan con contumacia. Con respecto a mis querencias, mis raíces, mis referencias y relaciones personales, me encuentro en una situación extraña, casi esquizofrénica: En Albox, donde nací y transcurrió mi primera infancia, de donde salí con 10 años, ya, excepto más de medio centenar de primos que quedan de una larguísima y frondosa saga a quien la emigración dispersó por medio mundo, no me queda nada, salvo el panteón con los restos de mis antepasados al que, irremediablemente, volverá mi cuerpo, espero que tarde; en Albox soy y me siento un extraño. Cuando hablo de "mi pueblo", me estoy refiriendo siempre a Vélez Rubio, de manera que la mayor parte de la gran cantidad de gente con la que he tenido relación en tantos años de dedicación pública no sabe que nací en el otro. A Vélez Rubio, donde han trascurrido, con una presencia últimamente esporádica, casi cincuenta años de mi vida; donde sigo empadronado, donde han nacido y se han criado mis hijos, donde he tenido mi único destino de maestro, donde cristalizaron mis inquietudes políticas y me fue permitido dedicar una parte de mi vida -la mejor, la más intensa- a gestionar sus intereses; de donde son y viven los únicos amigos que tengo; donde tengo mi casa, la única que, a pesar de mi ausencia, considero mi residencia estable y definitiva. En Vélez Rubio no me siento extraño; aunque, sin embargo, con frecuencia tengo la sensación de que hay gente que me sigue considerando forastero, cuando no un intruso. Es decir, con frecuencia me siento como un apátrida, sin raíces ni referencias.
Siempre he aceptado las críticas, incluso he entendido y transigido con las malintencionadas aunque, en ocasiones, me hayan dolido; ello me ha llevado casi siempre a considerar que no tenía por qué dar explicaciones de mis actos cuando estaban guiados por lo que mi conciencia me dictaba como correcto o, desde luego, cuando se han referido al ámbito privado de mi vida. Ahora me doy cuenta, lo reconozco, que estaba equivocado; sobre todo cuando en algunos de esos actos se puede confundir lo privado con lo público y, sobre todo, cuando éste, se puede ver afectado por aquél.
Uno de ellos es el relacionado con la baranda de la escalera de mi casa. A alguien le puede parecer que hablar de esto es una tontería, una nimiedad, comparado con el gran número y la importancia de los problemas de nuestro pueblo, ahora y, sobre todo, antes, cuando yo tuve implicación en los mismos. Pero veo que no, que es casi lo único -aunque no lo para mí más grave- que se me echa en cara por parte de algunos, espero que pocos. Puedes acertar muchas veces y nadie tiene por qué reconocértelo; pero, amigo, como metas la pata una vez, será eso lo que invalidará tu trayectoria.
Como digo al principio, entro con frecuencia e interés en este blog, para estar al tanto de lo que ocurre en Vélez Rubio, para ver lo que se dice y se piensa sobre ello. Veo que, aunque esporádicamente como es normal, se me menciona, unas veces para bueno y otras para malo; y he de decir que siempre me satisface, aunque sea sólo por aquello de que "hablen de ti aunque sea mal". Nunca, ante lo que se ha dicho de mí, he considerado que debía intervenir personal y nominadamente para ratificar o rebatir nada. Allá cada cual con sus opiniones y su conciencia. Pero porque -y me fastidia reconocerlo- me duele y, sobre todo, porque algún comentario, desafortunado a mi entender, implica a terceras personas, me siento en la obligación de intervenir y dar, por una y definitiva vez, explicaciones.
Éste es un tema que se me viene echando en cara desde hace mucho, casi veinte años. Lo he comentado en privado con mucha gente y también lo he explicado públicamente, por escrito nada menos, para que no se lo lleve el aire del transcurso del tiempo: En una publicación del PSOE de Vélez Rubio, conmemorativa del 25º aniversario de su refundación, que quizás deba estar todavía a la venta en las librerías, en las páginas 112-113 doy mi explicación sobre el tema. Ahora, por las razones que antes doy, la vuelvo a dar, desde luego por última vez.
A mí me han llevado al juzgado en varias ocasiones mientras fui alcalde, siempre personas relacionadas con la oposición política y siempre por supuestas ofensas personales. Sólo en un par de casos me he tenido que ver ante el juez por actuaciones de carácter estrictamente administrativo. En todos los casos el pronunciamiento del juzgado me ha sido favorable. Mira por dónde nunca nadie, ni siquiera la oposición política municipal que tendría obligación de ello, ha podido llevarme ante los tribunales por hechos o decisiones míos como alcalde, contrarios a la ley o la moral. Ni por tráfico de influencias (la cantidad de amigos que he favorecido, la cantidad de empresas en las que participo ...), ni por malversación de caudales públicos, coacciones, enriquecimiento irregular, etc. etc. ... todo lo que se les haya podido ocurrir. Tampoco por lo de la baranda de la escalera de mi casa, a pesar de tener la base material y objetiva más evidente y permanente (ahí está para quien la quiera ver y tocar). Ni una sola vez, insisto ni una, la oposición política me ha pedido explicaciones donde debe y puede hacerlo. Eso sí, mucho escrito anónimo, mucho chascarrillo y ahora mucho (bueno, un poco nada más) comentario anónimo en las oportunidades que nos facilita internet. Será por algo, digo yo. Será, digo yo también, porque, como decimos por aquí, "no hay nada que arrascar".
La historia es la que sigue: La Consejería de Obras Públicas, a quien se le entrega el edificio sede del ayuntamiento y los inmuebles anexos adquiridos, contrata la obra de rehabilitación y ampliación de la Casa Consistorial y, a su vez, los pone a disposición de la empresa contratista. La ejecución de la obra conlleva la demolición y consiguiente depósito en vertedero de los materiales resultantes de la misma.
En la memoria del proyecto no se contemplaba el aprovechamiento de ningún elemento accesorio de ninguno de los inmuebles afectados. En el informe preceptivo de la Dirección General de Bienes Culturales de la Consejería de Cultura, no se establece la conservación de elemento alguno; tampoco en el informe del técnico municipal. Así que todos los materiales del derribo quedaban a disposición de la empresa, con la única obligación de depositarlos en un vertedero.
El Ayuntamiento se traslada al Colegio "Cristo Rey", en cuyos bajos, ya atestados de materiales de construcción, se almacenan los muebles y elementos accesorios que se consideran aprovechables posteriormente. Comienza la demolición y, a los 15 ó 20 días, un vecino (ni a éste ni a ningún otro de los que conozco hicieron lo mismo voy a identificar) me pide que hable con la empresa contratista para que le desmonte y le regale las dos puertas "de cuarterones" situadas a ambos lados del rellano final de la escalera en la planta alta y la de entrada al edificio de la calle Valero, adquirido para la ampliación, para emplearlas en una próxima rehabilitación de su casa . Cuando voy a hacerlo, llego tarde; me dice el encargado que ya ha retirado una un vecino de Las Balsicas y la ha colocado en un cebadero, por lo que sólo puede atenderme con las otras dos. Otros vecinos , me dice, habían retirado ya (y retirarán después) otros materiales. Es entonces cuando yo, que no había pasado por la obra hasta ese día, me fijo en la escalera. Se me ocurre entonces que me vendría bien la baranda para colocarla en la escalera de mi casa (hasta entonces no había pensado cambiar nada de la misma) y los peldaños de mármol pienso que podrían colocarse en el acceso a la Oficina de Turismo y de Información Juvenil, que estaba construyéndose en un lateral del "Cristo Rey". El encargado de la empresa, al que indico su destino, no pone inconveniente en entregármelos sino que, cuando los desmontan, los trasladan a este edificio. Los peldaños de mármol son empleados inmediatamente y la baranda queda almacenada a la espera de que la necesite. Cuando se acerca el momento de colocarla, me la llevo a mi casa (vivía entonces en las casas de maestros), con algún otro material de la misma procedencia, y allí me tiro una semana limpiando los barrotes o balaustres, y dándoles una mano de antioxidante; de la madera del pasamanos se aprovecha sólo una parte. Y en mi casa está, con algún añadido, desde entonces.
Hacía poco que se habían iniciado los trabajos de elaboración del Plan Especial del Centro Histórico y habían comenzado los problemas a la hora de exigir determinadas cuestiones de diseño y materiales a los vecinos; por eso yo quería dar ejemplo con mi casa, y para que nadie me pudiera echar en cara lo contrario cuando le exigiéramos su cumplimiento, quería que fuera un modelo de respeto a las normas y de preservación de elementos característicos, por lo que me empeñé en conservar la baranda en mi casa. Y digo me empeñé, porque esa idea me costó un pico: En lugar de adaptar la baranda a la escalera, como no se podía en su totalidad, sí hubo que hacer retoques y añadidos en el pasamanos y, lo peor, demoler la escalera existente y hacer una nueva, cosa que no tenía pensado.
Yo no entendía en esos momentos haber actuado de forma incorrecta, había hecho lo mismo que otros vecinos, sin la oposición de nadie y con el beneplácito de quien -la empresa contratista- únicamente podía impedirlo o pedir contraprestación. Sin embargo, sí entendí que no era correcto que me saliera gratis, ni eso ni nada de lo que se hizo en mi casa.No creía que debiera sentirme obligado con la empresa, que ni a mí ni a nadie exigió contraprestación; pero sí con el Ayuntamiento, por lo que (a título de donativo, por no existir causa alguna para ninguna entrega) hice un ingreso de 50.000 pesetas (de hace 20 años) en la contabilidad municipal. No tenía deber legal de hacerlo, pero moralmente me creí obligado. El ayuntamiento (por lo menos entonces, no sé si ahora sí) no podía emitir facturas, sólo recibos o mandamientos de pago o ingreso. De esto último se me entregó una copia que ahora no encuentro, pero, si alguien está interesado en comprobarlo, puede hacerlo revisando los movimientos contables de los años 1.990 al 1.992, no sé la fecha exacta.
Reconozco que me equivoqué, que metí la pata. Yo no era un vecino cualquiera, era el alcalde, y tenía que haberme dado cuenta de que mi actuación no era, como se dice ahora, "políticamente correcta", y haberme figurado la punta que al tema se le podía sacar. Por eso me arrepiento de haberlo hecho, no porque fuera ilegal, ni siquiera indecoroso. Pero, en fin, qué remedio me queda ahora sino aguantar las puyas que de vez en cuando se me lanzan. He de soportar con fastidio las críticas que se me hacen desde el punto de vista de la oportunidad o idoneidad política; en modo alguno creo que deba aceptar insinuación alguna sobre la legalidad o la moralidad de mi actuación. Para juzgarlas están los tribunales; para reprobarlas, el Pleno de la Corporación municipal; y, como antes digo, nadie ha sido capaz de plantear el tema en esos ámbitos. Y mira que hay letrados en el pueblo.
Pero, como antes digo, el capricho de mantener la baranda en mi casa (algunos parece que hubieran preferido que fuera a las manos de algún chatarrero), además de construir una escalera nueva, me supuso, en su limpieza y adecuación, mayor coste que si la hubiera de estreno, ya que hubiera podido adquirir balaustres nuevos, exactamente iguales y el pasamanos se podría haber hecho directamente en lugar de tener que ir adecuando los distintos tramos. No es que me arrepienta, pero es así.
Y para quienes, haciendo gala de un espíritu miserable y deleznable para con las empresas y profesionales que trabajaron, insinúan que la rehabilitación de mi casa me salió gratis, he de decir que no sólo no fue así, sino todo lo contrario. Estoy seguro que la obra me hubiera salido más barata si, en lugar de alcalde, yo hubiera sido un particular. Encargué un proyecto, en el que me preocupé de que se reflejara el presupuesto real y, posteriormente, que se adjuntaran las modificaciones que suponían el exceso de obra prevista; lo que me supuso un sobrecoste de los honorarios del arquitecto y, desde luego, un incremento de las tasas e impuestos por licencias de obras, que se revisaron al alza al menos en dos ocasiones. En mi casa no entró ni un trabajador que no estuviera de alta en la seguridad social; de todo pedí factura en la que se reflejaran los precios y los impuestos; hubo una partida cuyo coste me supuso prácticamente lo que valía un piso en Vélez Rubio y el profesional que me la ejecutó, después de hacerme una rebaja para conseguir él hacerme el trabajo, me exigió la totalidad y se la pagué. Nadie me regaló nada (bueno, don Antonio Ayala me regaló los ladrillos que forman el frontal de la chimenea, de los que él tenía guardados sobrantes de la rehabilitación de la iglesia); algunos me trataron con generosidad, haciéndome la misma rebaja que a cualquiera, a pesar de exigirles factura; todos, sin embargo, me hicieron el favor de cobrar a plazos. Como el coste se me disparó por encima de casi el triple de lo que tenía pensado y podía asumir, con el fin de no demorar demasiado los pagos, pedí un préstamo hipotecario, en unas condiciones que no son ni mucho menos las de ahora, que he podido saldar hace poco, con la parte que le correspondió a mi esposa de la herencia de sus padres.
Y esta es mi verdad, la mía, no la que quieran entender o interpretar otros, que están en su derecho. Posiblemente en este relato haya alguna inexactitud, derivada, desde luego, del tiempo que ha pasado y de las posibilidades de mi memoria; sólo será, si es que se da, alguna mínima diferencia en detalles, pues lo sustancial es lo que cuento. Tengo muchas cosas en mi vida personal, profesional y política de las que arrepentirme, a pesar de tener la conciencia tranquila de que siempre ha obrado con la mayor buena fe y de haber procurado no manchar mi honorabilidad; pero tiene bemoles que haya de ser esto de la baranda lo que se me refriega por las narices siempre que alguien quiere poner en duda mi gestión como alcalde. Aunque, con el cúmulo de actuaciones que se llevaron a cabo durante mi época de primer edil, si sólo es esto todo lo malo que hice, deberá significar que se hicieron muchas cosas buenas.
En cualquier caso, dicho que esta es mi verdad y la de otros será otra, me permito reiterar lo que alguno de mis alumnos recordará cuando, en clase de "Sociales" y después de haber explicado acontecimientos de la historia reciente de España, les decía: "No tenéis que fiaros de mí incondicionalmente, ni creer a pies juntillas lo que yo u otros os digan sobre cuestiones opinables; pensad por vosotros mismos, tened vuestro propio criterio".
Agradezco, si este largo escrito llega a salir, a Silvestre y a quienes tengan la paciencia de leerlo, su generosidad. Se lo agradezco también a quienes con sus intervenciones "han provocado" o "tirado de la lengua", dando lugar a mi intervención. No pienso polemizar ni dar más explicaciones sobre él en este foro, ni en ningún otro. Si alguien necesita alguna explicación más, que busque en los archivos municipales o, en cualquier caso estoy a su disposición: mi teléfono es el 95000856013; mi correo electrónico, locobacares@yahoo. es. También, como siempre, los puede usar cualquiera que me necesite para algo en que le pueda ser útil.